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Josep Arenas / Comunicación Social

La lucha contra el sida, entre el escepticismo y la utopía

La conferencia internacional del sida que clausuró la pasada semana en Viena ha puesto de manifiesto una vez más las crecientes diferencias entre  científicos y políticos sobre cómo se debe combatir la pandemia del virus de inmunodeficiencia humana, el conocido VIH.

Los gobiernos de todo el mundo nos han venido asegurando, en diversas ocasiones, que se comprometían a aplicar, frente al sida, políticas basadas en la evidencia científica. En este encuentro, sin embargo, los científicos han expresado su frustración por la resistencia que ofrecen tantos responsables políticos a adoptar medidas de acuerdo con las posibilidades de los nuevos descubrimientos.

Cierto es también que los progresos logrados frente al virus desde los años ochenta han sido enormes. El sida era una enfermedad rápidamente mortal que se ha transformado ahora en crónica y que puede mantenerse a raya con un cóctel de fármacos que permiten llevar una vida normal a muchas de las personas afectadas.

Sabemos por ejemplo que ya es una realidad científica la creación de un gel microbicida de aplicación vaginal que protegerá a millones de mujeres del fatídico virus. Pero su producción aún tardará algunos años en estar disponible de manera masiva y asequible. Sigue habiendo por lo tanto motivos de esperanza, a la vez que escepticismo sobre las medidas políticas que todos sabemos que se deberían tomar.

Los científicos e investigadores, con sus descubrimientos, nos mandan un mensaje claro. Tenemos cada vez más y mejores instrumentos para prevenir y combatir la enfermedad. Lo que precisamos es voluntad política para financiar una estrategia global de lucha contra el sida.

Según quedó reflejado en Viena, las donaciones de los países para combatir el sida disminuyeron a consecuencia de la crisis, cuando por otra parte el número de afectados sigue una curva de crecimiento.

Diez años han transcurrido desde la firma de los Objetivos del milenio, en las Naciones Unidas,  en Nueva York, en los que 189 estados materializaron sus  compromisos sociales. La pretenciosa declaración incluyó ocho puntos bien definidos, entre ellos combatir el VIH. Prioritariamente se centra en la erradicación de la pobreza extrema y el hambre.  Además propone conseguir la enseñanza primaria universal, la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida -como decíamos-, el paludismo y otras enfermedades. Y también, garantizar el sustento del medioambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Todo un programa.

Ya entonces, el mensaje era meridiano. Los países desarrollados se comprometían a garantizar un progreso global para la consecución de un mundo más justo. De una vez por todas.  La fecha fijada fue la de 2015.

Está claro que en un lustro no se van a alcanzar. Seguramente hay que plantear objetivos prácticamente utópicos para  ir consiguiendo progresos parciales. Faltan medios económicos y humanos y sobretodo medidas estructurales. Pero también surgen factores positivos. Nos movemos entre el escepticismo y la utopía. La lucha contra el sida es sólo un ejemplo de los objetivos del milenio.

Josep Arenas

1 comentario

María -

Crisis what crisis??? A lo mejor la crisis es también de valores. Estoy de acuerdo en que habría que evitar que se pierda todo lo conseguido hasta ahora y buscar nuevas fórmulas. Imaginación e ilusión para buscar soluciones. Enhorabuena por este blog que nos presenta una realidad con apuntes de optimismo !!!