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Josep Arenas / Comunicación Social

Efectos secundarios

Huelga, para manifestar la disconformidad con la política económica del gobierno. Así ha sido ya en Francia, Reino Unido, Grecia… Y ahora, aquí. Una política y unas medidas económicas y sociales, determinadas por las exigencias de los gobiernos de nuestro entorno y por las directrices del Fondo Monetario Internacional (Fmi), ante una crisis de dimensiones globales y no solo locales. Por ello, las respuestas deberán ser también globales y no se decidirán solamente en nuestro país.

En cualquier caso, el día después exigirá mucho más que esta huelga. Convendrá conocer, el jueves, los remedios que prescriben los sindicatos y cuáles son además sus efectos secundarios.

En el día después seguirá planeando el problema más relevante. El de la creación de empleo para los cuatro millones de parados que continuarán sin ir al trabajo, para lo que mejorar los sistemas de formación será prioritario para generar y obtener nuevas oportunidades para este amplio colectivo.

A continuación, deberemos tener en cuenta que el déficit público es particularmente elevado en nuestro país, donde se ha deteriorado en 13,1 puntos porcentuales del Producto Interior Bruto (Pib), entre 2007 y 2009, cuando en los países del entorno europeo, el promedio de dicho deterioro es de 5,7 puntos. La gravedad del déficit viene precisamente determinada por el incremento del gasto que genera la abultada nómina de prestaciones por desempleo. Llueve sobre mojado. Tanto en paro como en déficit doblamos a los países de nuestro entorno.

Mientras tanto nuestras administraciones públicas “han seguido gastando como si dispusieran de los elevados aumentos de ingresos anteriores a la crisis, lo que demuestra una notable falta de diagnóstico sobre la naturaleza, los efectos y la duración de la crisis por parte de nuestra clase política”, señala Ángel Laborda. No le falta razón al director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas).

Visto lo visto, parece poco probable que el Pib vuelva a crecer a los niveles que lo hizo en esta década, hasta 2007, por lo que, insiste Laborda: “el sistema tributario español no va a ser capaz por mucho de sostener el nivel del gasto público actual”. Por ello, propone “reformas o medidas estructurales en los ámbitos de los ingresos y gastos para, por un lado, recuperar al menos parte de los ingresos perdidos y, por otro, redimensionar las Administraciones Públicas y hacer sostenibles las prestaciones del Estado del bienestar.”

Desde luego, como me dijo el secretario general de Comisiones en Cataluña, José Luis López Bulla, años atrás, habrá que “reinventar un estado del bienestar, promotor de la igualdad de oportunidades”. Aunque, la realidad no ha acompañado su propuesta, ya que los sindicatos no han modernizado su discurso a tenor de los cambios sociales y las nuevas formas de vida y de trabajo que se han producido en el último trienio.

Sigue haciendo falta un nuevo discurso para proteger a los más desvalidos y hacer sostenibles, a su vez, las prestaciones del Estado social.  “Reinventar” supondrá tal vez promover una sociedad en la que las solidaridades familiares y amigables recobren su papel. En la que se reconozcan los vínculos, la reciprocidad, el altruismo, la generosidad, la atención y los cuidados mutuos. El Estado debe garantizarlo, pero la sociedad debe participar y construir dichas redes solidarias.

Tal vez en la sociedad que debemos construir, como nos recomienda Robert Roche, los ciudadanos “aumentemos nuestros actos de ayuda, de dar, de escuchar, de ser empáticos con el otro, de valorarle”. Así, dice este psicólogo, que habla de la prosocialidad, “llenaremos de significado nuestra vida y mejoraremos nuestra autoestima”. En definitiva, algo que seguramente ya sabían nuestros bisabuelos, pero que la especie parece haber perdido en el eslabón de la sociedad de consumo.

No se trata solo de una huelga, sino de las reformas económicas, de los cambios estructurales presupuestarios que permitan la sostenibilidad de las prestaciones sociales, del cambio de modelo de cuidados a las personas y del cambio de los valores sociales (o prosociales).

Una operación de gran envergadura en la que habrá que tratar con mucha atención todos sus efectos secundarios.

Josep Arenas

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