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Josep Arenas / Comunicación Social

El ritmo de los acontecimientos

Ayer fui al médico de la seguridad social y cuando le pedí que me recetara un determinado producto que se me había terminado, me dijo que ahora ya no puede hacerlo porque ha quedado excluido: “Pero no solo aquí en Galicia, sino en toda España”, añadió a modo de consolación. Antes de la visita, había hojeado, en la sala de espera, un ejemplar del periódico La Región en el que decía que muchas parroquias ourensanas estaban siendo desbordadas por las peticiones de ayuda de tantas familias para las cuales la ayuda del Estado e incluso de las instituciones sociales y asistenciales ya no les alcanzaba.

Las instituciones sociales y asistenciales se quejan por su parte de la disminución de las subvenciones que recibían de las administraciones, mientras que, como sabemos, las obras sociales de las cajas de ahorros desaparecen en esa metamorfosis en la que se transforman en bancos.

A poco que estemos atentos vamos percibiendo, unos más que otros,  los efectos de la crisis. Disminuyen las prestaciones sociales y asistenciales, rebajan los sueldos a los empleados públicos y, sobre todo eso, está el tremendo drama de más de cuatro millones trescientos mil parados, desesperanzados, mientras que las últimas cifras no dan noticia de que estemos superando un bache que dura ya demasiado tiempo, sino que ofrecen un crecimiento del número de desempleados.

No lo resuelve ni la palabrería del gobierno ni la frivolidad o el oportunismo de la oposición. Tampoco la economía sumergida, que algunos cifran en un 17 por ciento del PIB, y que aseguran que palia dicho paro. Ni siquiera son suficientes los apoyos de las redes familiares y de proximidad que van permitiendo la subsistencia y el mantenimiento de la situación para una gran masa social en la que los jóvenes son los principales perjudicados. Por lo tanto, nuestra sociedad sufre una presión que podría explotar en cualquier momento, como sucedió, por cierto, en Islandia, en 2008.

El paro sigue creciendo, las desigualdades aumentan y hay una gran proporción de jóvenes que no consiguen entrar en una perspectiva de progreso para sus vidas. Mientras tanto, muy cerca de aquí, en la otra orilla del Mediterráneo, la juventud egipcia, tunecina o libia, perdió el miedo e intenta construir una nueva sociedad participativa y democrática en la que quieren sentirse protagonistas y partícipes del progreso económico y social. Unas revueltas que se han producido sin que los gobiernos europeos tuvieran la menor previsión de lo que iba a suceder.

Todo está cambiando a tal velocidad que, en cualquier momento la reacción social podría sorprender a una clase política, de derechas y de izquierdas, que parece superada por el ritmo de unos acontecimientos, marcados por un empobrecimiento de la vida colectiva y por el crecimiento de las diferencias sociales, sin que llegue preaviso de que eso vaya a parar.

Mientras, no alcanzo a ver un liderazgo suficiente que indique con claridad hacia dónde vamos. Que aporte una esperanza de superación y mejora de las condiciones de vida y de reducción de las desigualdades sociales. Que apunte a la profundización de los derechos democráticos, cívicos y sociales.

Tal vez deba volver al médico.

Josep Arenas

1 comentario

Mar -

Si da vértigo ver todo lo que está pasando a nuestro alrededor y la pasividad de la clase polítia, a la que le cuesta adaptarse a los cambios.
La tierra tiembla y no ayuda a que seamos optimistas.
Debemos recuperar la creatividad, abrir nuestras mentes y sobretodo saber adaptarnos a los cambios. Esa es la actitud que desde siempre, ayudó a sobrevivir a las especies.