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Josep Arenas / Comunicación Social

Recuperar la confianza de las clases más modestas

Viene convirtiéndose en un tópico recordar -como hace la prensa internacional cada semana- esa sensación de corrupción generalizada que se extiende por las instituciones del Estado. A ella se le junta una realidad social tremendamente dura, que se describe con seis millones de parados. Debemos añadirle la fragilidad del modelo territorial que parece que vaya a romperse por Cataluña.

En este contexto, no resulta extraño que España sea -junto con Italia- el país europeo en el que los ciudadanos tienen mayor desconfianza hacia sus primeras instituciones, principalmente hacia el sistema político, como destaca el estudio Values and worldviews sobre valores políticos y económicos, en estos momentos de crisis en Europa, realizado por la Fundación BBVA a través de encuestas en diez países.

Los españoles son los europeos más convencidos de que los políticos dedican más atención a sus propios intereses que a los de la sociedad, y por tanto resulta coherente que también sean los más pesimistas en valorar el funcionamiento de la democracia, según dicho estudio.

Los políticos que quieran ganarse la confianza –y el voto- de los ciudadanos deberán sabérselo trabajar muy bien. No solamente existen unas dificultades objetivas, por la crisis. Sino que los públicos a los que se dirigen, ya no son las clases tradicionales de los ricos y los pobres, o de los explotadores y los explotados. Tendrán que afinar un poco más con los destinatarios del discurso para recuperar su confianza, ahora perdida. Ya no se puede simplificar, hablando de clase alta, baja y media. Puesto que, al parecer, ya no hay ni dos ni tres clases. Sino siete. A saber.

Según el estudio, que han realizado la BBC, la Universidad de Manchester y la London School of Economics, en el que han participado ciento sesenta mil personas, y en el que han tenido en cuenta, no solamente la riqueza sino también el estatus social y cultural, se han distinguido hasta siete clases o segmentos sociales diferenciados. A cada una de dichas clases es recomendable que los políticos dirijan también su mensaje de forma diferenciada.

Deberán distinguir desde una élite privilegiada, que es la que acumula más capital económico, cultural y social y que representa un 6% de la población, hasta llegar a la clase más desfavorecida, la de los que viven en precario, con dependencia casi absoluta de las prestaciones del estado de bienestar, sin estudios y escasísimo interés por la cultura: el precariado, que representa un 15%.

Entre la élite y el precariado, el estudio, publicado en Sociology Journal, distingue cinco nuevas clases, entre las que tradicionalmente llamábamos clases medias y clases trabajadoras. Estas nuevas clases son la clase media establecida, que representa el 25%, tiene un nivel considerable de riqueza y podrá seguir alimentando sus gustos culturales. Seguidamente, se encuentra la clase media técnica, un 6% de la población, representada por un grupo de personas, generalmente profesionales, que, aún ganando bastante dinero, hace gala de apatía cultural y cierto aislamiento social.

Ya dentro de las tradicionalmente denominadas clases trabajadoras, se distingue entre la clase trabajadora bienestante, un 15%, la clase trabajadora tradicional, un 14%, y la clase trabajadora emergente, un 19%. Los trabajadores bienestantes son quienes disponen de un capital propio de las clases medias y son activos en la sociedad y en la cultura. La clase trabajadora tradicional representada por personas mayores y con poco dinero en el banco pero con casas de alto valor en las que cifran su futuro. Y los trabajadores emergentes, predominantemente urbanos y jóvenes, son relativamente pobres pero disfrutan del mundo que les rodea.

Fácilmente podríamos llegar a la conclusión de que las clases más modestas suman un 63% de la población. Pero la conclusión más importante es que todo es mucho más complejo para los políticos de lo que parece a simple vista. Siempre se dijo que la clase media era la que decidía los resultados electorales. Y seguramente sigue siendo cierto. Pero tendrán que afinar mucho en el mensaje, sobretodo hacia las clases medias y los que viven en precario, para recuperar la confianza en las instituciones y en el sistema político sobre el que se ha construído un sistema de bienestar social.

Claro que España no es Gran Bretaña, como nos viene recordando la prensa internacional cada semana. Es más complicado.

Josep Arenas

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